viernes, 22 de mayo de 2015

José Pascual Díaz Carrasco. Práctica 7: Relato.



 
CONVERSACIÓN

Lacusap acudió a la cita. Todo estaba previsto. La tarde estaba avanzada, el rojo desdibujaba algunas nubes muertas y las calles estaban abarrotadas de coches. Los sonidos amontonados, lejos de su mente, discurrían velozmente. Tenía esa maldita costumbre: su cita le esperaba desde hacía diez minutos y siempre llegaba tarde, muy tarde. Subía con rapidez las calles de su ciudad, no se atrevía a mirar el reloj. Se lanzó, pues, a cruzar calles mal asfaltadas, avenidas transitadas y parques solitarios.
Al llegar a su destino, alzó decididamente la mano y apretó con decisión el interfono. Estaba allí parado, expectante.
– ¿Eres tú? – respondió una voz nerviosa.
– Si soy yo.
La puerta se abrió sin problemas, a pesar de lo antigua que parecía. Entró lentamente, observando las paredes ataviadas con unos feos azulejos de antiguos motivos florales. Aquellas flores parecían haber nacido en el peor lugar de la tierra. Una corriente fría atravesó el  largo pasillo, pero éstas no se movieron. Lacusap pasó el dedo por una de ellas, pero ni se movieron, ni se quejaron.
  ¡Qué lástima aquí encerradas! – dijo con un chasquido de lengua.
Con paso firme se dirigió al ascensor y esperó a que llegara. Su mirada se dirigía en esos momentos al alto techo. Parecía saber con exactitud el recorrido exacto de aquella máquina mal engrasada. A su llegada, con la mano puesta en el tirador metálico, pensó si sería bien recibido: ¿qué pensaría?, ¿lo reconocería después de tanto tiempo? Un leve malestar apareció en su corazón. Al abrir la puerta, se encontró con un pasillo pintado de gotelé y unas ventanas de aluminio color dorado. Avanzó con paso tranquilo. Ahora no hacía falta correr, su cita esperaba detrás de la puerta. Tocó el timbre y esperó: 
– Hola – masculló atropelladamente su cita.  
– ¿Cómo estás? – respondió Lacusap, al tiempo que tendía su mano.
– Bien gracias, muy nervioso, no me creí que fueras tú, o sea…. ¿yo?
Ambos pasaron al salón, una gran librería abarcaba gran parte de la pared. Dos cómodos sofás y una mesa de madera con cuatro sillas componían la escena. Su cita había preparado algo para comer. Cada uno tomó asiento y se miraron fijamente.
 ¿Cómo has llegado hasta aquí? La verdad. Cuando me lo contaste, creí que era una broma pesada.
– No, es cierto. Me estás viendo ahora mismo. No te miento – dijo Lacusap mirándolo fijamente.
 – No me malinterpretes, tenía muchas ganas de hablar contigo. ¿Ha pasado algo?
 – No. ¡No lo sé! En la vida pasan tantas cosas. Sabes… a veces las cosas no salen como uno quiere.
– No te enfades. Mi intención no es echarte en cara nada. Esto es cosa de dos.
Ambos se miraron y se sonrieron. Lacusap sabía que aquella persona sentada frente él era su versión quince años más joven. Había venido para contarle las adversidades de un futuro nada incierto para él. Y deseaba ante todo, relatarle todas las peripecias y vivencias que habían labrado su ser. Lacusap se irguió brevemente y soltó:
  Tengo que contarte cosas buenas, pero otras malas.
– Claro. Solo espero que hagas algo que adoro hacer: enseñar.
Ambos sonrieron. 


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